domingo, 31 de mayo de 2009

Cosas del país de los muertos

Rita, ¿qué vas a hacer el domingo? ¿Hay domingos
donde vives? ¿Hay citas? ¿Se retrasa la gente?
No sé por qué te agobio con preguntas inútiles,
por qué sigo pensando que puedes contestarme.
Sé que te gustaría tener voz y palabras
en lugar de silencio, y escapar de la tumba
para contarme cosas del país de los muertos.
Pero no puedes, Rita, ni yo debo soñarte
una noche de agosto tan viva como entonces.
Hay que guardar las formas. Al cabo, los domingos
son los días peores para salir de casa.


Luis Alberto de Cuenca, El otro sueño, p. 23


He estado leyendo estos días un libro hermoso (La última palabra. Icaria/Poesía) de Ana Rodríguez de la Robla, amiga de blogs.

Consiste, en esencia, en una versión castellana de sesenta epitafios latinos en verso. La antología va precedida de un prólogo sencillo y profundo (“Conversaciones más allá de la ceniza”), elaborado al aroma de tres deslumbrantes citas con las que la autora conversa: el “y escucho con mis ojos a los muertos” de Quevedo, los versos de Paul Valéry que están (creo) en el frontispicio del Museo del Hombre de París (“Depende de aquel que pasa/ que yo sea tumba o tesoro. Que hable o me calle/ …”) y cuatro palabras del cuarto cuarteto de T. S. Eliot (“Todo poema, un epitafio”).

La casualidad ha querido que, en mi caso, esta lectura (que os recomiendo “vivamente”) coincida con (y quizás se vea enriquecida por) otros desvelos más o menos relacionados con el tema de la muerte como generadora de cultura: la corrección y selección, para una publicación escolar, de textos de alumnos escritos bajo el epígrafe de “Mi obituario” (el obituario de ellos); y meditaciones varias en torno al contenido de una charla ilustrada sobre fotografía de muertos (après décès) de otra amiga amante de estos temas. Digo esto por lo del contexto. Jakobson puso por escrito la evidencia de los seis elementos que intervienen en cualquier acto de comunicación; el contexto, claro, es uno de ellos.
Apartadas de las piedras en que fueron grabadas (ellas mismas, las piedras, ubicadas a menudo hoy fuera de contexto), las palabras últimas que la poeta Ana de la Robla vierte con maestría al castellano pierden y ganan cosas: en mayor grado cuantas menos palabras son. La autora (o su editor) ha querido acentuar este efecto omitiendo, salvo en el prólogo, cualquier explicación contextual o de aparato crítico (sólo se le escapa una aclaración entre paréntesis) y ello aumenta casi siempre el tono poético. Al menos, eso me parece en la mayoría de los casos. Pero me surge la duda en otros, como en este epitafio:

De las estatuas repuso los ojos
mientras gozó de salud suficiente


¿Ganaría o perdería éste con una breve aclaración sobre los fabricantes de ojos? Imagino posibles lecturas aberrantes (no digo que “no poéticas”) motivadas por el hecho simple de ignorar la existencia de este tipo de artesano “oculariarius”. Es el peligro que acecha a los poemas breves, el “efecto haikú” que explica pormenorizadamente Azúa en la entrada “Metáfora” de su Diccionario de las artes. Por eso quizás hubieran venido bien unas notas. Incluso, ahora que lo pienso, en los casos en que no las necesitan acaso hubieran enriquecido el paseo tranquilo entre tumbas en que puede consistir la lectura de este libro. ¿Quién era este que dice que la muerte vino a librarlo del trabajo de acumular dinero y perderlo en que consistió su vida? Ana ha querido dejarnos solos, como suelen pedir en las películas los que visitan los cementerios.

Por lo demás, del libro sólo cabe decir maravillas. La selección, agrupación y ordenación de los poemas son estupendas; se recorren todos los tonos y los matices que el género ofrece. En su combinación, son más de los que pudiera pensarse. La traducción me parece fabulosa y da la impresión de estar siempre muy meditada. Vuelvo cada tanto al libro, también mientras redacto esta recomendación, y cada vez me parece mejor.

Acabo ya citando un poema que me encanta (los sesenta son valiosos) porque me hace imaginar, como en un vídeo, el paso de las estaciones sobre una lápida (a ésta ya no le llueve porque está en un museo, pero bueno):

Verás la primavera regalarte con sus flores.
El verano te rondará con dulce complacencia.
Restituirá el otoño en ti las dádivas de Baco.
Al invierno encomendé que la tierra te sea leve.

jueves, 28 de mayo de 2009

Aprender y enseñar

Que la memoria individual vela más por la supervivencia que por la veracidad parece evidente. Es casi un axioma.
Por ello, salvo que las estemos diciendo nosotros, sonreímos ante expresiones como: "¡qué diferente era yo como alumno!", "con esa edad yo tenía una madurez asombrosa", "nosotros sabíamos distinguir lo importante de lo que no lo era", etc. De cerca, conozco incluso el caso de quienes, como inconscientemente, reinventan no ya ante sus alumnos, sino ante sus propios hijos un expediente académico más glorioso, una adolescente voluntad de trabajo, un respeto a la autoridad, una nobleza. Humano y lógico: hay que tumbarse cada noche sobre un lecho medianamente blando de recuerdos...
Pero voy al grano. Hay una forma de recordar de verdad qué alumno era uno. Consiste en comprobar qué tal alumno es ahora.
Como profesor desde hace más de veinte años, reconozco que he aprendido bastante enseñando ("si vis doceri, doce"), pero sobre todo he aprendido en los dos últimos años aprendiendo. No me refiero al estudio o la observación individual, sino al tipo de estudio que, de una forma u otra, defendemos en las aulas: el aprendizaje en clases colectivas. Con un profesor que nos gusta más o menos, con compañeros diversos, sometidos a la casuística a menudo adversa que un día sufrimos como alumnos; la que después idealizamos y a la que ahora sometemos a nuestros estudiantes.
Matricúlate en un curso reglado. Obsérvate y observa. La diversión, al menos, está asegurada.

lunes, 25 de mayo de 2009

Taller de Escritura

[De las actividades de escritura que realizamos en el centro Raúl Ávila y yo]

Dicen los entendidos en consumo televisivo que el interés de los jóvenes se está desplazando de la sala de estar al dormitorio, esto es, de la televisión en familia a la navegación en solitario. No obstante, un género sigue gozando de la predilección de los alumnos, la teleserie. El ejercicio que publicamos más abajo consistía en escribir una escena de alguna serie de éxito introduciendo en ella el nombre del instituto.

Aquí, el ejerciocio que entregó María del Mar, una alumna de Primero.

Interior del despacho del doctor Gregory House. Cuddy, Trece, Foreman esperan a House. Éste entra.
HOUSE- ¿Algún caso nuevo?
CUDDY- Niño de 16 años. Se desmayó en una clase de Educación Física.
HOUSE- ¿Estaba en el instituto?
CUDDY- Sí, en el instituto… (consulta sus folios) Ángel de Saavedra.
HOUSE- Oh, no, es horrible, horrible, horrible (con su habitual tono irónico)… Hablad con los padres, el chico puede estar más grave de lo que pensamos.
CUDDY- ¿Qué crees que tiene?
HOUSE- Se trata de una enfermedad muy típica en la adolescencia y entre estudiantes de instituto. Se conoce como el Síndrome CA, Cuentitis Aguda.
CUDDY- No está fingiendo…
HOUSE- No, mujer, si yo no digo que finja. Simplemente estoy formulando una teoría.
CUDDY- Si dejaras de distraerte y te centraras en el caso…
HOUSE- Si tú no llevaras ese escote, yo no me distraería y tú te podrías limitar a dirigir el hospital…. ¡Ah! Perdona, creía que era un concurso de obviedades …
FOREMAN- Cuddy está diciendo que no finge porque esta mañana los riñones le han empezando a fallar.
HOUSE- Eso no se puede fingir. Hacedle un escáner. Quiero pruebas para tóxicos y metales. Buscad tóxicos en el instituto donde tuvo el primer síntoma. Ah, y ponedle Interferón.
FOREMAN- ¡Le vas a freír el sistema inmune! ¿De verdad quieres que se lo pongamos?
HOUSE- Mmmmmm... Espera creo que… no… ¿o sí?... ¡Hacedlo, coño!

sábado, 9 de mayo de 2009

¡Resonad, timbales!

¡Resonad, timbales!

[7 de mayo de 2009. Décimo concierto de abono. Ney Rosauro, Concierto para timbales y orquesta de cuerda. Ney Rosauro, Concierto n. 2 para marimba y orquesta. P. I. Chaikovski, Sinfonía n. 6 en si menor op. 74 “Patética”. Orquesta de Córdoba. Cristina Llorens, timbales. Ney Rosauro, marimba. Guillermo Figueroa, dirección. Gran Teatro de Córdoba. 20:30 horas. Lleno]

Cuando en 1675 Jean Baptiste Lully tuvo la ocurrencia de incluir los timbales en la orquesta, no podría imaginar que esos nobles instrumentos de percusión llegarían a colocarse al frente para protagonizar con ella el diálogo que constituye la esencia de la forma concierto. Tampoco lo imaginarían seguramente Bach y los autores del Barroco, que los emplearon profusamente “para el ordenado fundamento, acompañamiento o bajo de trompetas”, como dejó anotado el tratadista Mattheson en 1713. Sin embargo, poco más de un siglo después de la innovación de Lully, la curiosa Sinfonía para ocho timbales y orquesta (1785) de Johann Carl Fisher (1752-1807) y otras poquitas obras singulares de la época apuestan por dar protagonismo a los timbales en estructuras más o menos concertantes.

Pero para que pudiera desarrollarse un verdadero lenguaje de concierto, habría que esperar a que el instrumento desarrollara las posibilidades de afinación que le permitieran participar también en la construcción de la melodía. Faltaban los hallazgos organológicos que jalonan su historia más reciente, desde la invención del pedal de Dresde (1870) hasta la sustitución en el siglo XX de los parches de piel por los sintéticos. Faltaba también, lógicamente, una tradición musical paralela que diera vida artística a esas innovaciones: Beethoven, Berlioz, Nielsen, Béla Bartók, Milhaud, Britten… Todo eso tuvo que ocurrir antes de que autores como William Kraft, Gordon Jacob o John Beck empezaran a abonar una tradición que ha dado sus más interesantes frutos con las aportaciones de Philip Glass (Concerto Fantasía para dos timbaleros y orquesta, 2000) y Ney Rosauro: Concerto para timbales y orquesta (2003).

A este último hubo de enfrentarse Cristina Llorens al comienzo de la velada que vamos a comentar. La brillante percusionista de nuestra orquesta abordó con entusiasmo y resolvió con elegancia los difíciles retos que plantea la original obra del brasileño. Éstos no se basan en el virtuosismo rítmico (que sólo aparece en algún grado en la cabalgata del tercer movimiento), sino en la construcción de un fraseo melódico que ha de explorar el lirismo en el segundo tiempo y ser capaz de insertarse en el emocionante contrapunto del “Bachroque” del comienzo. Las dificultades para conseguir ese fraseo (y, muy especialmente, una aceptable afinación) son enormes con unos instrumentos cuyas características acústicas hacen sumamente difícil la producción (¡y la escucha!) de sucesiones de alturas diversas que podamos sentir como melodías. En aún mayor medida que cuando vemos a un solista de contrabajo intentado que su instrumento hable en el registro agudo, presenciar la lucha de un buen músico con cinco grandes timbales para hacerlos cantar (uno más y echaríamos mano de la metáfora taurina), puede ser un espectáculo magnífico de superación humana. Creo que el aplauso más largo de la noche también premiaba el encanto, la sencillez y la gracia con que la solista mostró ese aspecto.

A continuación, el inspirado autor de la obras de la primera parte se puso al frente de la marimba para demostrar que también es un gran solista. Interpretó muy bien su Concierto n. 2 para marimba y orquesta, obra llena de hallazgos formales (el tratamiento de la forma sonata en el primer movimiento), tímbricos (muy interesante la orquestación de la tercera parte) y melódicos. Estos últimos logran establecer desde el comienzo una fuerte complicidad con el oyente, que disfruta delicias como la encantadora melodía con que comienza el segundo tiempo (Reflections and dreams), construida sobre el bajo del “Aria” de la Suite orquestal n. 3 de Bach.

Manteniendo el aire de romanticismo extremado que inundaba la velada, la segunda parte suponía no obstante un cambio de tercio. La “Patética” sirvió para que brillara el otro protagonista de la noche: el director puertorriqueño Guillermo Figueroa. Si en las obras de Rosauro nos pudo hacer echar en falta mayor complicidad rítmica con los solistas, en el grandioso testamento musical de Chaikovsky estuvo magnífico, alcanzando momentos de hondísima emoción en conjunción con la Orquesta de Córdoba. Una pena que, antes de extinguirse del todo los graves de los contrabajos que ponen un broche de triste penumbra a esta sinfonía, parte del público de butaca se levantara aprisa para marcharse sin agradecer, ni en el grado que la corrección exige, la espléndida actuación que acababa de presenciar: una inolvidable velada construida con los esfuerzos de un gran conjunto orquestal, muchos años ya al servicio del melómano cordobés. ¡Dios, qué buen vassallo si oviese buen señore!

Antonio Torralba

jueves, 7 de mayo de 2009

Si es la música del amor sustento

Maravillosa canción de Purcell sobre texto de Henry Heveningham (1651-1700), acaso inspirado en su arranque por un fragmento de Shakespeare, que copiamos al final. Primero la canción:

If music be the food of love,
Si la música es el alimento del amor,
sing on till I am fill'd with joy;

canta hasta que me llene de alegría;
for then my list'ning soul you move

así mi alma oyendo mueves
with pleasures that can never cloy,
con placeres que nunca se pueden saciar
your eyes, your mien, your tongue declare

tus ojos, tu gracia, tu lengua declara
that you are music ev'rywhere.

que eres música donde quiera que estés.

Pleasures invade both eye and ear,

De placer se llenan por igual ojos y oído,
so fierce the transports are, they wound,

y tan fieros son los efectos, que hieren,
and all my senses feasted are,
y todos mis sentidos hacen fiesta
tho' yet the treat is only sound.
en un banquete de sonidos
Sure I must perish by our charms,
Seguro que muero a tos encantos
unless you save me in your arms.
si no me rescatas en tus brazos




Vídeo realizado por MehdiCaps con la partitura que aparece en el primer libro del Orpheus Britannicus (Henry Playford, 1698) y la versión grabada en 1994 por Barbara Bonney (soprano), Mark Caudle (viola bajo) y Robert King (clave).

Aquí, colgada en youtube por el mismo autor del vídeo anterior, podemos escuchar la versión de 1982 de Emma Kirkby, Richard Campbell (viola bajo) y Christopher Hogwood (espineta).




El fragmento de Shakespeare (Noche de Reyes, 1601), de sentido bien distinto, es:


DUKE ORSINO:
If music be the food of love, play on;
Give me excess of it, that, surfeiting,
The appetite may sicken, and so die.
That strain again! it had a dying fall:
O, it came o'er my ear like the sweet sound,
That breathes upon a bank of violets,
Stealing and giving odour! Enough; no more:
'Tis not so sweet now as it was before.
O spirit of love! how quick and fresh art thou,
That, notwithstanding thy capacity
Receiveth as the sea, nought enters there,
Of what validity and pitch soe'er,
But falls into abatement and low price,
Even in a minute: so full of shapes is fancy
That it alone is high fantastical.

domingo, 3 de mayo de 2009

Wolfie Dann y la canción del verano (cosas del clase)

Ya se están estrujando la cabeza los autores para encontrar (o componer) la canción del verano. Mira a Wolfie Dann buscándola:



Al final da con ella, como habrás visto si has llegado hasta el final:

Si te tumbas en la playa desnuda,
ahí hay cobertura, ahí hay cobertura

Si te tapas de repente la cintura,
ahí no hay cobertura, ahí no hay cobertura

Y es que me sube, me sube la cobertura
cuando te veo moviendo la cintura

Y si me dices “ven aquí” con sabrosura,
¿sabéis lo que pasa amigos? Os lo voy a contar:

Y si me dices “ven aquí” con sabrosura,
me llenas la batería sin usar el cargador

La cobertura la cobertura
la cobertura, madre mía, qué locura

La cobertura la cobertura
la cobertura me la pone bien du

dudú, dudú, dudú, dudú, dudú

Vamos a la playa que yo tengo cargador
Vamos a la playa que cambie de operador

Vamos a la playa que yo tengo cargador
Vamos a la playa que cambie de operador

Aquí el fragmento en concreto del vídeo anterior para practicar:




Vamos a hacer una "nueva" siguiendo el modelo de la anterior:

Si estás solo cuando llega la calor,

no pasa nada si estás al ordenador


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Y es que no hay nada mejor que el ordenador

si lo que buscas es un poco de amor

Y si te encuentro en el chat mucho mejor

¿Sabéis lo que pasa amigos? Os lo voy a contar:

Y si te encuentro en el chat mucho mejor

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Ocho Greensleeves para hablar de música en clase

King's Singers




David Nevue, piano



Vanessa Carlton




Sarah McLachlan




Aafje Heynis




Paula Bär-Giese - soprano
Hans Meijer - lute




Vanessa Mae




La fantasía sobre... de Vaughan Williams (datos en el vídeo)