sábado, 20 de noviembre de 2010

Moros y cristianos

Estoy de acuerdo en que, mirado el asunto racionalmente, Moros y cristianos no es la mejor película de Berlanga. Pero es la que más me gusta.

jueves, 11 de noviembre de 2010

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cotidiana calidad

[4 de noviembre de 2010.  W. A. Mozart, Sinfonía n. 25 en sol menor, K. 183. C. Saint-Saëns, Concierto para violín y orquesta n. 3 en si menor op. 61. R. Schumann, Sinfonía n. 4 en re menor, op. 120. Amaury Coeyteaux, violín. Orquesta de Córdoba; Günter Neuhold, director musical. Gran Teatro de Córdoba. 20:30 horas. Lleno]

Produce enorme satisfacción comprobar, tras los primeros conciertos de inicio de la temporada de abono, la buena calidad alcanzada por nuestra orquesta; y no ya como un acierto en éste o aquél concierto, sino como una constante de su quehacer diario. La velada del jueves, aunque con un inicio acaso vacilante, fue clara muestra de ese nivel alcanzado por la formación cordobesa, que supo estar a la altura de las exigencias musicales del soberbio solista Amaury Coeyteaux, en la obra de Sain-Saëns,  así como materializar con solvencia la vibrante lectura propuesta por el austriaco Günter Neuhold de la sinfonía de Schumann.
            El concierto arrancó con la “pequeña” de las dos aportaciones mozartianas en sol menor al género sinfónico. Aunque ejecutada con elegancia, nos pareció que la interpretación de esta obra ambigua y maravillosa quizás no estuvo a la altura del resto del concierto.  Especialmente, en el último movimiento.
            A partir de aquí, sin embargo, todo fue sobre ruedas. El joven solista francés bordó el tercero de los conciertos dedicados por Sain-Saëns al violín, haciendo gala en todo momento de un sonido potente y de una facilidad asombrosa. La obra, estrenada por Pablo Sarasate en 1880, combina la brillantez virtuosa propia del género con un lirismo muy dulce que desborda en la apasionada cantilena sobre ritmo de barcarola del segundo tiempo. Coeyteaux la hizo sonar con una pureza de emisión cautivadora.
            La segunda parte estuvo dedicada a la cuarta sinfonía de Schumann, sabiamente conducida por la sólida batuta del director invitado. Neuhold supo dosificar con arte la fogosidad romántica de esta obra memorable hasta el estallido heroico de la original conclusión del Finale. Chapeau.

       Antonio Torralba

[Publicado hoy en El Día de Córdoba]

viernes, 5 de noviembre de 2010

Antigüedades

En el mesón hay antigüedades que no te dicen nada; otras te atraen vagamente, algunas te intrigan. Si se refieren a "tu tema" (pongamos: los instrumentos musicales), te parecen ridículas: salterios de mercadillo. Pasa con el pasado y pasa con el presente: la noticia del periódico que da cuenta de algo que tú has visto. ¡Cómo decepciona! ¡Qué mal contada! Y es que, como decía el clásico,  todo lo que no es erudición es política; o comercio de souvenir.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Grandeza de Góngora

Lo hemos leído todos en los tiempos del instituto. Es de los sonetos más conocidos de Góngora, si no el que más. Pero no quita para que ahora, al topar una vez más con él, me haya sobrecogido. Y quería compartir esta emoción. Me refiero a ese que comienza "Mientras por competir con tu cabello/ oro bruñido el Sol relumbra en vano..." Es un elogio de la belleza de una mujer animándola a que aproveche su juventud antes de que llegue la vejez. Lo llamamos carpe diem desde que Horacio, meditando en una oda sobre el tiempo que se escapa como agua entre los dedos, escribió ese famoso verso que tanto estrés puede causar en manos de la psicología barata de la segunda mitad del siglo XX: "Carpe diem quam minimum credula postero": Agarra el día como si apenas creyeras en el siguiente.


Entre otros muchos, Garcilaso ya escribió un soneto memorable (otro de los del instituto) sobre ese mismo tema (el que empieza "En tanto que de rosa y azucena"), en el que, tras animar a la muchacha a que disfrute antes de las canas ("Coged de vuestra alegre primavera/ el dulce fruto antes que el tiempo airado/ cubra de nieve la hermosa cumbre"), termina (el terceto final de un soneto siempre ha de ser contundente) con una reflexión triste pero elegante, comedida: "Marchitará la rosa el viento helado,/ todo lo mudará la edad ligera/ por no hacer mudanza en su costumbre".


Góngora en 1582 (con 21 años no sé si cumplidos) enfoca su soneto no sólo comparando el cabello, los labios, la frente y el cuello con cosas hermosas de la naturaleza, sino estableciendo una competición en la que gana la mujer (a cada labio por cogerlo "lo siguen más ojos que al clavel temprano", etc). Pero lo chulo verdaderamente es el terceto final, uno de cuyos versos (el último) ha cautivado a miles de poetas y estudiosos around the world. No es ya sólo que haya que tomar nota del paso del tiempo, avisado por el mero transcurrir de los días ("Cada Sol repetido es un cometa" dice en otro memorable poema). No es ya que la edad vaya a marchitar la belleza, "no ya en plata o viola troncada (violeta tronchada)/ se vuelva"; sino que, además, "tú y ello juntamente" os convertiréis... Y viene ahora (no del todo "bien ordenada", como se ha discutido a veces) esa gradación dramática  con cinco golpes de timbal de oda fúnebre barroca: "En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada".


Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

  mientras a cada labio, por cogello.                   5
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

  goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada                  10
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

  no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.