domingo, 13 de enero de 2013

TERTULIANOS


Carlos Piera (1942-) es un poeta y profesor de literatura  que ha escrito algunos libros fundamentalmente sobre el papel del sujeto en los diferentes géneros. 
Estoy leyendo un ensayo que me resulta muy sugerente titulado La moral del testigo (Bobadilla del Monte: Machado Libros, 2012). Hay varias ideas muy interesantes para la reflexión. Algunas veces, no tanto por su originalidad, sino por el desmenuce argumental. Una de ellas trata sobre la opinión, la doxa. Lo cito libremente. La cantidad de gente que lee columnas de opinión, editoriales, y cartas al director sabe que la opinión es muy entretenida. Incluso indignarse con la opinión de otro distrae. Algunos periódicos españoles baten el record mundial de número de columnas de opinión y también son numerosas las tertulias radiofónicas. ¿Por qué resulta tan atractiva la opinión tanto para el que la mantiene como para el testigo pasivo de la misma? Piera propone que la opinión funciona como un relato reducido al mínimo; en el límite, como un cuadro o una escena de ese relato. Más en concreto, funciona como una forma de narración imaginaria cuyo héroe es/soy "yo". Tan evidente es que nunca defendemos opiniones que pensamos erróneas como que nos encanta tener razón. Lo cito literalmente:
"Esto último da lugar a mucho conflicto innecesario, allí donde el conflicto puede revelar cuánta razón teníamos. Si el objeto de, pongamos, un debate televisado es que cada uno de los participantes exhiba la muchísima razón que le asiste, entonces no hay forma de alcanzar un acuerdo: tras una confrontación de palabras hay una confrontación de películas diferentes y en cada una de estas películas el héroe, esto es, el hablante, debería vencer, de forma que, si sale derrotado, es que ha podido con él la mera adversidad. Si el acuerdo llega habrá sido por consideraciones prácticas, impuestas desde fuera, limitando así lo happy del end." 
Sigo copiando:
"En todo caso, las películas mismas no se discuten nunca, pues concebir la necesidad de cuestionarlas obligaría a revisar los términos del debate, admitiendo muchas veces que son absurdos. Se advierte que, en rigor, no puede haber aquí ganadores ni perdedores, pues las películas son diferentes. La moda actual de que los debates se ganen o se pierdan (o que alguien se lleve el gato al agua) no es síntoma de una degradación de los mismos; al contrario revela su auténtica esencia. Sólo desde fuera, para un espectador pasivo, tiene sentido un debate así, y ese sentido no tiene nada que ver con la verdad, ni siquiera con la retórica, si esta es el arte de persuadir. Uno gana en tanto que actor: el ganador es quienquiera transmite mejor (a una tercera parte, y con independencia de cuáles sean sus ideas) las convicciones del personaje que está interpretando, que incluyen la certeza de que encarna la verdad misma."
Y más:
"Es irrelevante hasta la calidad relativa de las películas que se representan, pues los papeles sencillos se interpretan mejor con éxito, con la consecuencia de que las cartas están marcadas en favor de las posturas esquemáticas y que se pueden expresar con esquematicidad. En cuanto al observador, lo único que se le pide es cierta capacidad elemental de identificación con una de las partes, unida a lo sumo a la peligrosa habilidad para sustituir un yo por un nosotros como hacen los hinchas del fútbol."
Una conclusión: Es la atribución de estabilidad a "yo" lo que convierte a los relatos de opinión en alegóricos [me he saltado una interesante explicación del uso de la alegoría], pues la alegoría aparece siempre que un concepto se hace autónomo respecto de su historia. Por otra parte es el papel positivo que se da al yo lo que convierte estos relatos en épicos. Toda mente encerrada en el lenguaje es capaz sólo de opiniones. ¿Pero hay alguna mente no encerrada en el lenguaje? Sí y no. El grado de libertad está en la cantidad de relaciones que las palabras pueden hacer presentes a su mente al mismo tiempo. 
El autor cita a Simone Weil: "Toda mente que ha llegado a poder asir pensamientos inexpresables debido a la multitud de relaciones que se combinan en ellos (...) mora ya en la verdad" "Y poco importa que en su origen tuviera poca o mucha inteligencia, que haya estado en una celda estrecha o espaciosa. Lo único que importa es que, habiendo llegado al extremo de su propia inteligencia, fuera ésta como fuera, haya ido más allá". Me doy cuenta (yo ahora y Piera antes) de que aquí muchos que no lo hayan hecho antes (incluso veo sus caras) abandonarán la lectura de este post.
En fin, la que hay que liar para defender la verdad lírica (frente a lo que cree el vulgo la poesía no exige identificación a hierro con el yo del autor), con sus sugerencias, con su rollito libertario frente a la épica de la opinión. 
¿Y la verdad del humor? Yo veo en el siguiente vídeo todo más resumido aún: