Que la cultura musical no forma parte de lo que se entiende por cultura no es una sorpresa para nadie. Ningún estudiante, profesor o intelectual se avergüenza de sus lagunas musicales: “Yo es que de música… ni idea, jajaja”. Que la causa de que el más masivo de los lenguajes artísticos sufra ese menosprecio está en su escasa e inadecuada presencia en las enseñanzas generales también parece fuera de toda duda.
Uno de los aspectos de los conocimientos musicales en donde más se evidencia y puede medirse objetivamente dicha carencia es en el de la identificación de los instrumentos. Ya pasaron los tiempos que evocaba Jordi Savall en que los niños se reían al ver a alguien con un estuche de violonchelo al hombro, pero el grueso de la población culta sigue ignorando, incluso en su aspecto visual, lo que es un oboe, un saxofón o una viola. Para el común de los mortales existen violines y violones, trompetas y trombones (mírese por ejemplo, lo que el autor de la portada de La chica del trombón de Skármeta entiende por trombón), guitarras y guitarrones… Mejorar eso no es competencia de los conservatorios, que obviamente tienen otro cometido, sino de las escuelas, los institutos y las universidades. Andalucía ha sido una de las dos únicas comunidades autónomas (Asturias es la otra) que ha quitado la música de tercero de ESO. España entera se dispone a quitarla del Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales.
3 comentarios:
Reelaboro con nuevos propósitos esta breve nota que mandé a la prensa hace unos cinco años:
"CULTURA MUSICAL
Hace unos años, durante la organización de una obra de teatro en el colegio de mi hija, dijo la directora que hacía falta una trompeta; en escena, uno de los niños simularía que la tocaba. “Yo puedo traer una” terció solícita una madre. Cuando al día siguiente se presento con un saxofón de plástico plateado, pude evitar a tiempo una carcajada que hubiera sido improcedente, ya que todos –profesores, padres y niños- miraron satisfechos a mamá-organóloga. “Estupendo, ya lo tenemos todo”.
Acompañando, hace más años todavía, el recital de un conocido poeta de aquí, a quien leo por cierto con gusto en la prensa, nos encontrábamos a la sazón un trío compuesto por flauta, viola de gamba y laúd barroco. En un momento dado, el poeta, en pleno trance, dijo: “Chi, chi, sólo la mandolina” recreándose en cada una de las cuatro sílabas de aquel instrumento ausente. No hay que pedirle a un poeta de nuestro tiempo la cultura musical de Góngora (con sus “tiorbas de cristal”, sus “adufes”), pero sí al menos el detalle de haber dicho: “Chi, chi, sólo ese instrumento”. El cómputo silábico de su afectada intervención hubiera sido el mismo.
Tengo la sensación curiosa de que el simple relato de estas anécdotas puede bastar para que uno o muchos lectores motejen de pedante a quien las publica. No acaban de verse lo mismo estas ignorancias que las que llevaran a confundir un óleo con una acuarela, un poema con una novela o un paisaje con un bodegón. La cultura musical no es cultura.
Por ello, cuando hace unos días vi en el escaparate de la librería el reciente libro de Antonio Skármeta “La chica del trombón”, ya sabía yo que sería mucho pedir que el instrumento de viento metal que se muestra en la portada fuera en efecto un trombón."
Magnífica entrada. Cuándo se concienciarán los políticos de este país de que la música debería formar parte de los grados más elementales de la educación, junto a los idiomas y la lectura. Siento vergüenza ajena cuando en un concierto en Viena veo al público seguir la partitura, mientras en España se patea Ligeti o se llama mandolina a cualquier cacharro que emite sonido.
En fin, un abrazo indignado, entristecido y solidario.
El texto de esta entrada ha sido publicado en las secciones de Cartas al Director de ABC (01.11.07) y de EL PAÍS (05.11.07)
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