[15 de noviembre de 2008. Gioacchino Rossini/El Tricicle, El superbarbero de Sevilla. Reparto: Xavier Mendoza, Elena Roche, Helios Pardell, Josep Ferrer y Joan Sebastià Colomer. Alan Branch, piano y dirección musical. Jaume Cortadellas, flauta. Jordi Soler, contrabajo. Dirección de escena: Tricicle. Gran Teatro de Córdoba. 19:00 horas. Lleno. Valoración: 2]
El decorado era eficaz y estaba resuelto con simplicidad y mucho ingenio (“¡qué bonito!”), la adaptación musical de Albert Romaní cumplía de sobra su función y fue muy bien interpretada por el trío instrumental (“¡qué chula suena la flauta!”)…, pero faltaba algún elemento (un narrador, quizá) que desde el principio guiara claramente a los chicos por la historia (“cuando cantan no se entiende”)…
La producción insistía mucho en los detalles de humor, que funcionaron muy bien y fueron muy celebrados: los cuernos móviles de la cabeza de toro, las “intromisiones” en escena de los músicos, la comicidad de los cantantes (“¡qué gracioso el médico!”), los chistes musicales… Pero se echaba en falta algo (unas más pensadas traducción y adaptación del texto, quizá) para que brillara de verdad la excelente idea de Tricicle. Y aunque por suerte no se generalizó la terrible frase de la abulia infantil (“¿cuánto falta?”), sí que pudo escucharse; porque no se lograba del todo que el tiempo real (sólo una hora y cuarto) se esfumara como en los buenos espectáculos.
Casi todos los cantantes estuvieron a la altura y el público (niños, jóvenes y viejos) estaba por la labor de participar y disfrutar… Sólo faltaba (un breve monólogo de Fígaro al comienzo, quizá) haber blindado la inteligibilidad, haber asegurado el mensaje en un ambiente que se preveía propenso al ruido y la distracción. Para que el respetable público infantil no se perdiera el elemento clave del enganche de una historia: los detalles de la trama (“¿Y quién era el peluquero, mamá?”).
Antonio Torralba
[Publicado hoy en El Día de Córdoba]
El decorado era eficaz y estaba resuelto con simplicidad y mucho ingenio (“¡qué bonito!”), la adaptación musical de Albert Romaní cumplía de sobra su función y fue muy bien interpretada por el trío instrumental (“¡qué chula suena la flauta!”)…, pero faltaba algún elemento (un narrador, quizá) que desde el principio guiara claramente a los chicos por la historia (“cuando cantan no se entiende”)…
La producción insistía mucho en los detalles de humor, que funcionaron muy bien y fueron muy celebrados: los cuernos móviles de la cabeza de toro, las “intromisiones” en escena de los músicos, la comicidad de los cantantes (“¡qué gracioso el médico!”), los chistes musicales… Pero se echaba en falta algo (unas más pensadas traducción y adaptación del texto, quizá) para que brillara de verdad la excelente idea de Tricicle. Y aunque por suerte no se generalizó la terrible frase de la abulia infantil (“¿cuánto falta?”), sí que pudo escucharse; porque no se lograba del todo que el tiempo real (sólo una hora y cuarto) se esfumara como en los buenos espectáculos.
Casi todos los cantantes estuvieron a la altura y el público (niños, jóvenes y viejos) estaba por la labor de participar y disfrutar… Sólo faltaba (un breve monólogo de Fígaro al comienzo, quizá) haber blindado la inteligibilidad, haber asegurado el mensaje en un ambiente que se preveía propenso al ruido y la distracción. Para que el respetable público infantil no se perdiera el elemento clave del enganche de una historia: los detalles de la trama (“¿Y quién era el peluquero, mamá?”).
Antonio Torralba
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