[3 de diciembre de 2009. Temporada de abono. Edward Elgar, Serenata para cuerdas en mi menor, Op. 20. Niccolò Paganini, Concierto para violín y orquesta nº 1 en Re mayor, Op. 6. Ludwig van Beethoven, Sinfonía n. 2 en re mayor, op. 36. Francisco Montalvo, violín. Orquesta de Córdoba. Adrian Leaper, dirección. 20:30 horas]
La variedad fue cronológica (de Beethoven a Elgar), formal (una serenata, un concierto y una sinfonía), de intención estética… y, por qué no decirlo, de calidad; en efecto, un abismo separa la verdad musical de Beethoven (que hace una obra para la Humanidad) de los malabarismos un tanto intrascendentes de Paganini, quien, en cierto modo, hace una obra para sí mismo. En un punto medio (más del lado de la emoción intemporal, por supuesto), la obrita de Edward Elgar.
Su Serenata para cuerdas en mi menor, que abrió la velada, es una pieza en tres breves movimientos escrita en marzo de 1892. Los tres (en especial, el segundo) son una maravilla: piezas de ésas que deleitan por igual a los públicos versados y a los que se acercan por primera vez a las músicas cultas. Es ésta una cualidad de buena parte de la música inglesa en todas las épocas y se fundamenta en gran medida en algo que destacaron sus observadores desde antiguo: la contenance angloise es una mezcla de elegancia y sencillez.
Frente a ella, y el contraste pareció jugar en su contra, los alardes de Paganini: su concepción circense del instrumento, su idea de la forma concierto como una carrera de obstáculos a cuya meta llega el intérprete a veces, pero casi nunca la música. Era la primera vez que escuchaba en directo a Francisco Montalvo y me hubiera gustado haber disfrutado su arte con otro repertorio en el que sus cualidades evidentes (belleza de sonido, fraseo expresivo…) hubieran brillado más; y que no hubiera puesto tan al límite su indiscutible virtuosismo. Tiempo (y oportunidades) habrá en el futuro de apreciarlo y de poderse unir sin reservas a la calurosa ovación que le brindó el público que llenaba el Gran Teatro.
En la segunda parte, que nos llevaba a los albores del siglo, el disfrute fue total. Leaper nos ofreció una lectura elegantísima de una obra maestra: la Sinfonía n. 2 de Beethoven. Y la Orquesta de Córdoba estuvo a la altura. De nuevo el segundo tiempo, un Larghetto como en la obra de Elgar, alcanzó a mi juicio el punto culminante de la noche. Y nos murmuró al oído el secreto del que toda la música habla.
Antonio Torralba
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