[14 de abril de 2011. Octavo Concierto de Abono. Wolgang Amadeus Mozart, Sinfonía n. 39 en mi bemol mayor, k. 543; Sinfonía n. 40 en sol menor. Orquesta de Córdoba. Manuel Hernández Silva, dirección. Gran Teatro de Córdoba. 20:30 horas. Lleno]
El milagro de delicadeza, emoción y equilibrio en que consisten las últimas obras de Mozart, y muy especialmente las maravillosas tres sinfonías del verano de 1788, supone un reto impresionante para quienes (orquestas y directores) han venido afrontando su interpretación desde entonces. Hay una exigencia casi camerística en cada atril y cualquier pequeño fallo parece notarse más que en otros repertorios; el mínimo desajuste parece arruinar la filigrana sutil de las texturas; hay además una demanda altísima de concentración y acierto por parte del director al escoger los tempi y, sobre todo, al organizar la presencia de los diferentes planos sonoros en que Mozart basa en gran medida las diferentes atmósferas dramáticas con que articula su sorprendente discurso musical.
Aunque ya casi desde el comienzo del primer movimiento de la Sinfonía n. 39 constatamos que esos dos requerimientos básicos no parecían lograrse del todo (desajustes, pequeños fallos, rigidez y falta de ligereza en algunos fraseos), nos pareció que hubo también momentos magníficos (casi todo el último tiempo, por ejemplo), que compensaron en parte las citadas carencias. Éstas, no obstante, fueron reapareciendo a lo largo de esta sinfonía con inesperada frecuencia (segunda parte del Andante, trío del Minuetto), poniendo trabas a la fiesta en que siempre consiste un programa dedicado a Mozart.
La segunda parte fue más afortunada, aunque no logró disipar del todo la sensación de añoranza de los buenos momentos a que nos tienen acostumbrados la orquesta y su director.
Antonio Torralba
[Publicado hoy en EL DÍA DE CÓRDOBA]
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