Creo que todo iría mejor si todos hiciéramos autocrítica con el mismo entusiasmo con que hacemos crítica a secas. La enseñanza va mal (no peor que "antes", pero sí mal) por culpa de políticos, alumnos, padres, medios de comunicación, inercias sociales.... Y también por culpa de los profesores. La mayoría de nosotros, por no decir todos, podríamos ser mejores maestros. Algunos, muchísimo mejores.
En España, desde 1990 hasta casi el inicio de la crisis, la demanda de profesores ha crecido de forma desorbitada debido sobre todo a la universalización de la enseñanza obligatoria empeñada justamente en llegar a los últimos rincones del tejido social. En Secundaria, de una forma espectacular que ha acabado por situar frente a adolescentes cada vez más distintos, diversos entre sí y difíciles en general a profesores armados de poco más que un título de licenciado (o un título superior de conservatorio) y algún cursillo de pedagogía. A menudo, sin una vocación previa ni otra herramienta pedagógica que los recuerdos (mitificados, mistificados) de sus épocas de estudiantes. La formación continuada queda al arbitrio de cada uno y, desgraciadamente, se ha ideologizado como casi todo por aquí. Si eres de los que piden que el alumno sepa cosas de la vida y obra de Beethoven eres un profesor distinto de aquel que pide a los chavales (complicándoles y complicándose más la vida, todo hay que decirlo) que imagine los lugares de su ciudad donde podría escucharse a Beethoven, que tararee o toque en un instrumento sus melodías, que cante (o canturree) en clase. Si llevas periódicos al aula de literatura o te empeñas en que los alumnos elaboren uno estás en un bando distinto al del profesor que prefiere demorarse hablando (él) de Lope de Vega... Pero no son posturas contrapuestas, ni más "modernas" unas que otras. Han existido siempre y su combinación sin miedo, con arte y de forma juiciosa y optimista constituye el cuerpo de la tarea de enseñar.
Pero muchos de nosotros imitamos a los malos políticos, padres, alumnos... y tiramos por la vía fácil de justificarnos; sobre todo ahora, que es tan fácil encontrar coartadas.