Siento un odio antiguo por las motos, especialmente por las motos grandes: parecen ir a sonar menos que la
mobilette de buscar espárragos (
el amotillo de la yerba pa los conejos), pero, al acercarse, te sobrecogen con su rugido (y su olor) de tigre futurista. Confundan los dioses a los moteros, a los diseñadores de cascos y a esos cómplices alucinados que son los acuclillados de detrás.
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