Cuando escuchamos a algún ser querido hablar con personas de su entorno que no conocemos, a menudo nos sorprende el tono, el vocabulario, hasta la sintaxis. Observamos con una mezcla de confusión y de descubrimiento la forma de hablar de nuestro padre con un colega del trabajo, de nuestra hija con un compañero del colegio, de nuestra pareja con una amiga de la infancia, de nuestro mejor amigo con su primo del pueblo. El oído nos dice que esos seres que conocemos tan bien son otros en esos momentos. La sorpresa dura poco y a veces da lugar a algún reproche divertido y un poco teatral: por qué no disfruto yo también de ese registro… Hay una tonalidad para cada afecto, como se sabe.
Con el tiempo nos inquietan más (y, paradójicamente, nos parecen más falsas) las tonalidades que se repiten.
Con el tiempo nos inquietan más (y, paradójicamente, nos parecen más falsas) las tonalidades que se repiten.
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