Pasa en general con todos los instrumentos, pero en especial grado con los musicales. Contemplarlos en reposo (en una estantería, dentro de su estuche o sobre una mesa) produce una cierta inquietud. También su representación plástica, a menudo difícil, mantiene esa sensación que se mueve, con muchos matices, entre la atracción y el respeto. Como si fueran armas.
No sabía -lo he leído estos días- que las pinturas admirables de Evaristo Baschenis (1617-1677), sus composiciones con instrumentos musicales, tan populares en el mundillo de la música antigua, eran casi desconocidas hace poco más de cincuenta años. Las principales investigaciones sobre su vida y obra son posteriores a 1995. Sacaron a la luz retazos de la vida de este hombre peculiar: su ordenación sacerdotal en torno a 1647, el establecimiento de un taller en 1643, la fuerte influencia que ejerció sobre su arte el de Caravaggio durante un viaje a Roma, la huella que él mismo dejó en otros artistas admirables como Bartolomeo Bettera, que exageró su tendencia a colocar los instrumentos en posiciones poco corrientes, o Giuseppe Recco.