[21 de diciembre
de 2012. Concierto extraordinario de Navidad. Ludwig van Beethoven, Sinfonía n. 9 en re menor op. 125. Orquesta
de Córdoba. Coro de Ópera de Córdoba (dir.: Irina Trujillo). Inmaculada Almeda,
soprano. Leticia Rodríguez, mezzosoprano. Rafael Matheus, tenor. Francisco
Santiago, bajo. Manuel Hernández Silva, dirección. Gran Teatro de Córdoba.
20:30 horas.]
La posibilidad
de escuchar la Novena de Beethoven crea en el ánimo de los aficionados a la
música culta una excitación especial difícilmente comparable a la suscitada por
otras obras maestras. El articulado esplendor de esta arquitectura de sonidos,
la belleza de los temas, sus geniales recurrencias en diferentes contextos, los
desarrollos, la complejidad de la orquestación y, por supuesto, la introducción
del elemento vocal en el cuarto movimiento, se asocian en la mente de todo
melómano con la idea de epítome, de colofón de lo que pudo hacer un genio privilegiado
con la forma sinfonía.
Paralelamente -y ya se sabe que las
obras grandes las continúa escribiendo el tiempo- hay toda una mitología en
torno a la profundidad de significados de este monumental canto a la alegría y
de la dificultad que su interpretación actual entraña en un mundo musical
organizado para cualquier cosa menos para el montaje y la producción en vivo de
setenta y cinco minutos de música del máximo nivel de exigencia.
Conviene tener esto claro a la hora
de ponderar los aciertos de la interpretación escuchada el viernes, aspectos
que sin duda consiguieron entusiasmar al público que llenaba el teatro; y de
señalar también las debilidades que empañaron la velada, muchas de las cuales
parecían deberse a una insuficiente inversión de tiempo en el montaje de la obra.
Decepcionó un poco la no consecución
plena de uno de los aspectos en que la Novena basa su emoción: el ajuste de
elementos diversos. Queremos decir: el cuidado exacto en las entradas, la
medida de los contrastes dinámicos, la coordinación del complejo efectivo de
instrumentos de viento en cuanto a fraseo y afinación, su conjunción con la
cuerda. Uno tiene una vez más la impresión de que los músicos de viento de la
orquesta son tan buenos como los de cuerda, pero que quizás en el seno de la
formación no se realiza un trabajo concienzudo y sistemático con esta sección. Decepcionó también en cierta medida la
labor del gran Hernández Silva, que no logró la altura de otras lecturas suyas
y que puso más entusiasmo que rigor milimétrico. Y decepcionó la parte
masculina del elenco de solistas, que no consiguió superar del todo la montaña
de dificultades que encierran sus papeles.
En el lado positivo de la balanza
hay que situar brillantes momentos de la cuerda (sobre todo en los movimientos
segundo y tercero), soberbia actuación de la soprano Inmaculada Almeda,
magistral interpretación de la percusión y buenos momentos del coro.
En resumen, sensaciones agridulces
en este concierto de Navidad. Cuando la orquesta, al comienzo del último
movimiento, va presentando en incisos reminiscencias de los movimientos
anteriores vuelven las sensaciones diversas que dejó en el recuerdo todo lo
escuchado; primero, pianissimo, un recuerdo del dificilísimo movimiento inicial (uno de
los más flojos de la velada), luego los instrumentos de viento nos recuerdan el
Scherzo (ése no estuvo mal), luego
dos compases del Adagio (aquí hubo
momentos de emoción). Desigual. Aunque eso en esta obra signifique mucho mérito.
[Publicado hoy en EL DÍA DE CÓRDOBA]