domingo, 15 de septiembre de 2013

LA MÚSICA, MATERIA NON GRATA


Puede que los profesores de música en la Educación Secundaria tengamos parte de culpa. Es decir, puede que no sólo seamos víctimas sino también, en cierto sentido y en algún grado, responsables de que las asignaturas relacionadas con la música estén a punto de desaparecer de los institutos, de que continúen su particular viacrucis comenzado ya hace algún tiempo. Es posible que nos hayan faltado claridad de ideas, empuje y una vocación clara hacia unas enseñanzas que no son "de Conservatorio", sino otra cosa. Resumamos primero las sucesivas catástrofes.
            A la presencia de las más masiva de las artes en los centros de Secundaria le sobrevino una primera desgracia con la desaparición del Bachillerato Unificado Polivalente. No se dio el deseable paso de la Historia de la Música de Primero de BUP al curso equivalente de la ESO, esto es, al Tercero. Se decía que era una asignatura "demasiado teórica" y que era mejor sustituirla por (y no complementarla con)  una Música de "carácter más práctico" en los dos primeros cursos de la ESO, los que, en edad del alumnado, se corresponderían con los antiguos Séptimo y Octavo de EGB. Ahí, la materia se lanzó a nadar en un mar de dudas: entre la flauta dulce y el lenguaje musical de la Primaria, por un lado, y las audiciones y la historia de la música de la Secundaria, por otro. La normativa parecía pedir un poquito de todo y más, pero sin un hilo conductor claro, sin realismo y, en esto como las demás materias del currículo, con altas dosis de indeterminación.  Había muchos profesores (además de, prácticamente, todos los asesores de la administración) para los que la música o es un ejercicio práctico o no es; porque pocos piensan que este arte merezca ser estudiado, como la pintura por ejemplo, sin un instrumento entre las manos. El resto eran endebles optativas (en Cuarto de ESO y en uno de los cursos del Bachillerato), ofertadas en muy pocos centros y casi siempre, en la práctica, a los alumnos menos brillantes y/o motivados.
            La segunda calamidad llegó con la supresión  a nivel estatal de la optativa Historia de la Música en Bachillerato, que pudo salvarse in extremis en Andalucía gracias a las eficaces presiones de un grupo de profesores de instituto y de universidad. Incluso aquí, en que la optativa pudo salvarse para el Bachillerato de Humanidades, la materia se debilitó aún más y son muy poco los centros en que se cursa.
            La tercera tragedia es muy reciente. El aumento del horario lectivo del profesorado hace que no haya horas en muchísimos centros ni para un solo profesor de música. Y ya se está viendo cómo algunos institutos prescinden del especialista y, como cuando yo era estudiante, reparten las Músicas del primer ciclo de la ESO entre los profesores de cualquier otra asignatura.
            El degüello definitivo está al caer. La llamada Ley Wert precariza aún más la oferta de las materias musicales dejándolas como optativas ya completamente. Puede que las comunidades autónomas (y ojalá la nuestra) enmienden un poquillo el entuerto, pero uno sospecha que es difícil que un perro tan flaco no acabe siendo todo pulgas.
            Los auditorios están llenos de un público de edad cada vez más avanzada que escucha orquestas formadas por músicos cada vez más jóvenes. No hay que ser un lince para darse cuenta de que los conservatorios están haciendo mejor su trabajo que los institutos, habida cuenta de que parece claro que los primeros forman principalmente músicos y los segundos público.  No soy de añorar tiempos pasados, pero recuerdo con mucho cariño grupos de alumnos del BUP que se volvían pequeños melómanos y acudían cada recreo al préstamo de discos buscando sinfonías de Beethoven o conciertos de Vivaldi. No eran muchos aquellos en los que la afición cuajaba, pero eran. La formación de un  oyente sensible es algo no opuesto pero sí distinto a la formación de un músico. Recordemos que no son los músicos precisamente quienes llenan las salas de conciertos. La existencia de asignaturas encaminadas a la formación de la sensibilidad hacia el patrimonio musical y a la reflexión sobre el hecho y el entorno sonoro es una necesidad inexcusable en la segunda enseñanza. Porque la música, a diferencia de todas las demás artes, es ineludible, llega a todos queramos o no.

Antonio Torralba
Profesor de Música de Instituto y Músico  

viernes, 13 de septiembre de 2013

UNA MUSIQUILLA EXTRAÑA

Hace unos días, en una colaboración en El País, Vila-Matas aludía un poco de pasada a este texto de Barthes.

El tiempo que hace 

Esta mañana la panadera me dice: "¡el tiempo está bueno todavía! ¡pero el calor ha durado demasiado!" (la gente aquí encuentra siempre que hace demasiado bueno, que hace demasiado calor). Yo añado: "¡y la luz está tan hermosa!" Pero la panadera no me contesta, y una vez más observo ese corto–circuito del lenguaje que se produce infaliblemente en las conversaciones más futiles; comprendo que ver la luz depende de una sensibilidad de clase; o más bien, ya que hay luces "pintorescas" apreciadas con toda seguridad por la panadera; lo que está socialmente marcado es la visión "vaga", la visión sin contornos, sin objeto, sin figuración, la visión de una transparencia, la visión de una no–visión (ese valor infigurativo que está en la buena pintura, pero no en la mala). En suma, nada más cultural que la atmósfera, nada más ideológico que el tiempo que hace.

La alusión de Vila-Matas iba en otro sentido y me ha sorprendido, tras localizar el texto, el contexto auténtico de la cita. En mi mente la anécdota remitía a la destrucción de tópicos que suelen producir la poesía y el humor, esas dos maravillas por las que merece la pena vivir. Fastidian las relaciones humanas puramente formales porque pueden consistir en sólo hablar del tiempo. Y me gustaba la idea de alguien que frena en seco la noria de la rutina con esa frase: "¡y la luz está tan hermosa!" Me recordó ago que me contaron de un profe de Dibujo de la Universidad de Córdoba que, coincidiendo con un alumno en los urinarios de su facultad cortó la cháchara formal de éste con un: "Pasa igual con los boquerones: al separar la raspa siempre parece sonar una musiquilla extraña".