lunes, 21 de diciembre de 2009

Lección de arte

[19 de diciembre de 2009. Conciertos Extraordinarios de Navidad II. Ludwig van Beethoven, Concierto para piano y orquesta n. 3, Op. 37 en do menor; Concierto para piano y orquesta n. 5, Op. 73 en mi bemol mayor. Javier Perianes, piano. Orquesta de Córdoba. Manuel Hernández-Silva, dirección. 20:30 horas. Lleno]

Como era de esperar (véase mi crítica de anteayer en estas mismas páginas), la segunda sesión dedicada a la integral de los conciertos para piano de Beethoven no defraudó a quienes ya habíamos disfrutado la primera. También en ésta, la disposición de las obras constituía una interesante lección de estética musical. Si el tercero de los conciertos puede encarnar la transición entre los dos primeros estilos beethovenianos (el de formación y el de madurez o “heroico”), el “Emperador” es la clara culminación de ese último que, en lo relativo a la forma musical que nos ocupa, viene marcado por el desdibujamiento de las nítidas estructuras clásicas y por el agigantamiento inusitado de las proporciones.

Los intérpretes, aun con pequeñas incidencias en las que sería mezquino detenerse, estuvieron más que a la altura de la grandeza de la música y culminaron con solvencia y momentos de intensa emoción la proeza que en nuestro tiempo supone abordar en dos días las cinco obras maestras para piano y orquesta de Beethoven. Emociona constatar cómo el arte se beneficia a menudo de los retos, de las dificultades, de los esfuerzos que parecen sobrehumanos.

Beethoven compuso el concierto en do menor en 1800 y volvió varías veces sobre él en los tres años siguientes. El día del estreno (5 de abril de 1803) todavía estaba revisando fragmentos de la parte solista. En la velada se interpretarían además la Primera Sinfonía y otros dos estrenos: el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos y la Segunda Sinfonía. El único ensayo del programa completo se realizó aquel mismo martes en que, a las cinco de la mañana, Beethoven estaba aún copiando las partes de trombones del oratorio. El ensayo comenzó a las ocho y terminó a las seis, con un breve descanso a las dos y media, en el que el Príncipe Lichnowsky llevó vino y comida antes de solicitar que repasaran de nuevo el oratorio. Beethoven tocaba y dirigía en el concierto. Su amigo Ignaz von Seyfried, que le pasaba las hojas, dijo que su tarea fue tan fácil como desconcertante: la mayoría de las páginas estaban en blanco; aquí y allá, algunas anotaciones jeroglíficas que él no podía entender y ante cuya sorpresa el maestro sonreía. Retos y proezas de otros tiempos.

El impresionante “Gran Concierto” en mi bemol mayor fue compuesto por un hombre que sufría dificultades más hondas, mucho más profundas que las premuras o los imprevistos. La pérdida progresiva por enfermedad del sentido con que trabaja un músico (“si yo perteneciera a cualquier otra profesión esto sería más fácil, pero en la mía es algo aterrador”) fue convirtiéndose en un obstáculo demasiado doloroso (“…por supuesto que estoy resuelto a elevarme por sobre cualquier obstáculo, pero cómo será esto posible”) contra el que tuvo que seguir luchando muchos años para hacer con su música lo más noble que un ser humano puede hacer: contribuir a la felicidad de los demás.

Antonio Torralba

[Publicado hoy en El Día de Córdoba]

1 comentario:

Anónimo dijo...

Crítica musical contada con el placer que el alma experimenta contando sin darse cuenta de que cuenta.
Precioso Antonio, Besos.