[27 de febrero
de 2012. Concierto del Día de Andalucía. Mijail Glinka, Una vida por el Zar (obertura). Claude Debussy/Henri Büsser, Petite
suite. George Bizet, Sinfonía en do mayor. Orquesta de
Córdoba. Manuel Hernández Silva, dirección. Gran Teatro de Córdoba. 20:30 horas]
Agradable
concierto el ofrecido por la Orquesta de Córdoba el pasado lunes en la primera
de las dos fechas asignadas al programa para el Día de Andalucía. La formación
y su director nos ofrecieron lecturas correctas de tres obras encantadoras que
se escuchan con interés, aunque, todo hay que decirlo, no sean de las que
levantan pasiones entre los aficionados al repertorio sinfónico.
La velada comenzó con la obertura de
Una vida por el Zar, una de las dos
grandes óperas del padre de la música rusa, Mijail Glinka, también gran
apasionado, por cierto, del folklore español. Aunque en menos grado que la de
la otra ópera (Ruslán y Liudmila),
esta obertura es ideal para comenzar un concierto por sus gradualmente
crecientes brillantez y dinamismo. También por su eficaz orquestación, que hizo
lucir más las fortalezas (una más que sólida sección de cuerda, por ejemplo)
que las posibles debilidades de nuestra orquesta.
El uso ingenioso de los efectivos
orquestales es también uno de los principales encantos de la adaptación
realizada por Henri Büsser de la Petite
suite de Claude Debussy, escrita originalmente para dos pianos. La obra,
que según su autor "busca sólo complacer", tiene más atractivos, centrados
sobre todo en los dos últimos movimientos: un minueto melancólico lleno de
sutilezas armónicas y un "Ballet" conclusivo, cuya ligereza danzante
supo mostrar admirablemente la lectura de Hernández Silva.
La segunda parte de la velada estuvo
ocupada por una obra compuesta por George Bizet cuando apenas contaba
diecisiete años de edad. El autor consideraba esta Sinfonía en do mayor un mero ejercicio escolar, pero cuando fue
redescubierta en 1932 entre los fondos legados por Reynaldo Hahn al Conservatorio
de París y presentada por Félix Weingartner, primero en Basilea y luego en
París, se empezó a hacer popular. Jean Roy dijo de esta sinfonía de corte
clásico que es "un milagro de juventud" y que "pese a que no
encontramos en ella ninguna innovación suena como si no se hubieran escrito
centenares anteriormente". Pudiera parecer exagerado, pero lo acertado del
elogio se hace evidente en los mejores momentos de la obra, como el original
adagio o la extraordinaria atmósfera de alegría de la sección final, frenada
acaso en su eficacia por coincidir con uno de los momentos menos afortunados de
la interpretación del lunes.
Seguramente menos nacionalista que
alguno de los músicos programados, el público congregado en el Gran Teatro no
pareció preguntarse por la relación entre el programa y la fiesta celebrada.
Antonio
Torralba
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