El penúltimo
concierto de abono estuvo marcado por la volatilidad. Casi todos los
movimientos (ocho en total) de las dos sinfonías de Beethoven que ocuparon la
velada abrieron en equilibrio, arrancaron con empaque e incluso evolucionaron
al alza en su inicio, pero a los minutos descendían incomprensiblemente
perdiendo en ocasiones buena parte de la emoción acumulada en la apertura. A
veces, se lograba remontar y concluir con efectividad, pero la sensación
general era de tensión, de una alternancia un poco estresante entre momentos
buenos o muy buenos y otros de cierto desajuste o indefinición: último movimiento
de la Octava, tercero de la Séptima... Por suerte, la calidad del subyacente
(en este orden: Beethoven, la Orquesta y el director invitado) lograron por lo
general mantener la atención del público, pero se echaban en falta la solidez y
seguridad necesarias para que se evidenciaran los matices que a veces se
adivinaban sólo en el gesto de Martínez Cayuelas.
Sin duda, esas y otras muchas
cualidades volverán en el concierto de clausura de temporada, que promete sobre
el papel ser grande. Hasta entonces, calma.
Antonio
Torralba
[Publicado hoy en EL DÍA DE CÓRDOBA]
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