Hasta con tres
propinas respondió el gran Manuel Barrueco a las calurosas ovaciones con que el
público premió su excelente recital del jueves. El más sorprendente de esos
bises fue, a mi juicio, una versión emocionante, limpia y llena de sobriedad
expresiva de la transcripción que hiciera Tárrega de la inmortal Rêverie de Schumann. En esa pieza se
condensaban las virtudes del arte que Barrueco nos había mostrado durante toda
la velada. Esta comenzó con una excelente versión de la Suite en re mayor BWV 1007, en la que Barrueco, a pesar de un leve
tropiezo en el primero de los dos minuetos encadenados, hizo gala de soberbia
técnica y excelente gusto ornamentando. Más aún me gustaron las cinco breves
sonatas de Scarlatti, muy bien elegidas elegidas y magníficamente interpretadas
por el maestro cubano. Tras las
transcripciones de música barroca (del cello) y preclásica (del clave), la
segunda parte comenzó con una pieza original para guitarra escrita expresamente
para Barrueco por el joven compositor
uzbekistaní Dimitri Yanov-Yanovsky. Me pareció una pieza interesante y
llena de encanto en su intento de recrear el estilo de la música isabelina para
laúd desde la óptica del minimalismo moderno. Tras ella, el recital volvió a
las transcripciones con obras de piano bien conocidas del nacionalismo español
(Granados y Albéniz), terreno en el que el protagonista de la velada se siente
como pez en el agua.
Antonio
Torralba
[Publicado ayer en EL DÍA DE CÓRDOBA]
No hay comentarios:
Publicar un comentario