[28 de febrero
de 2013. Concierto del Día de Andalucía. Joaquín Turina, La oración del torero, op. 34. Rapsodia sinfónica para piano y cuerdas,
op. 66. Santiago Báez, Concierto para
piano y orquesta n. 1. Wofgang Amadeus Mozart, Sinfonía n. 41 "Júpiter" en do mayor, K. 551. Santiago
Báez, piano. Orquesta de Córdoba. Lorenzo Ramos, dirección. Gran Teatro de Córdoba.
20:30 horas]
Digámoslo de
entrada: el concierto del pasado jueves fue una maravilla. La orquesta tocó
estupendamente, la dirección fue magnífica, la selección de las obras ideal y
el solista de primera.
La orquesta brilló como en sus
mejores momentos: conjunción, afinación, capacidad de matiz y entusiasmo en las
cuatro obras que componían el programa. Su flamante director da la impresión de
saber trabajar muy bien la preparación previa de las piezas, lo que se traduce
en una seguridad y una contundencia expresiva que hace escuchar la música de
forma placentera, sin las distracciones que a veces pueden producir las
imprecisiones. Sobre esa base solida, que a veces se ha podido echar de menos
en otros momentos de la excelente formación cordobesa, van brotando aquí y allá
hallazgos expresivos que cautivan al oyente: las dinámicas sutiles en las obras
de Turina, las efectistas en la de Báez, los fraseos en la genial creación de
Mozart.
Muy acertada nos pareció, por
cierto, la programación de la velada: una primera parte de autores andaluces y
una obra cumbre de la historia de la música en la segunda. Recuerdo que esa
misma fórmula se utilizó en otro memorable concierto del Día de Andalucía: el
de 2009. Como entonces, tras la impecable y solemne interpretación del Himno de
Andalucía, comenzó la fiesta. Dos alicientes fuertes eran la interpretación,
por primera vez a cargo de la Orquesta de Córdoba, de la Rapsodia sinfónica para piano y cuerdas op. 66 (1931) y el estreno
de Báez. La Rapsodia es una obra interesantísima que nos muestra a un Turina quizás menos conocido: el que quería
alejarse, como dijo, "de las castañuelas tradicionales" insertándose
en las grandes corrientes universales de su tiempo.
El Concierto para piano y orquesta n. 1 (2010) de Santiago Báez (1982)
es una obra sorprendente. Un virtuosismo pianístico (¡y orquestal!)
apabullante, lleno de inteligentes golpes de efecto, se conjuga con una solidez
compositiva de altura. Hay un manejo sabio de los materiales musicales puestos
en juego, alguno tomado de su obra Mosaik,
que pudimos escuchar en el concierto de 2009 a que aludía antes. Como en aquel
momento, pero esta vez aún en mayor grado, uno siente estar escuchando algo
realmente creativo, a la vez profundo y fácil; nuevo, pero también arraigado en
la tradición. Sumando a ello la soberbia interpretación que nos ofreció su
autor, uno piensa que pocos merecen hoy como él la unión a su nombre de la
palabra músico.
Antonio
Torralba
[Publicado en El Día de Córdoba]
1 comentario:
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