Sobre las sorprendentes imágenes de caballos de la cueva de Chauvet trata el segundo capítulo del libro Autobiografía sin vida de Félix de Azúa que leo estos días. Ya publicó hace casi dos años un artículo interesante en El País sobre el mismo asunto emocionante, aunque ahora el libro amplía argumentos y, sobre todo, los contextualiza dentro de un proyecto mayor, cuyo conocimiento no conviene perderse. "Entre el niño que pudo ver bisontes y caballos en los muros de su hogar y aquel que nunca los vio, hay una separación inicua. La que hoy separa a un guerrero congoleño de siete años armado con una kalashnikov, de su coetáneo que lo está viendo en la pantalla" (p. 36).
[Quizás no viene mucho a cuento, pero me viene a la mente... No sé si llegarán a formar parte alguna vez del mar de las imágenes que nos conforman (espero que no) las caras que dicen ver en Bélmez un puñado de tontos listos más o menos espontáneos, más o menos organizados, a los que acaba de unirse, al parecer, otro con manejo de fondos públicos. Habrá que esperar.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario