“Morderse la lengua” es el acto de guardarse, en el último momento y por prudencia generalmente, lo que se estaba a punto de decir.
También significa algo mucho menos frecuente: darse un bocado involuntariamente en ella. Eso le pasó a mi amigo Miguel hace unos días. Se dio un bocado comiendo (“estaba masticando la última patata frita"). No era la primera vez que le pasaba (“no hace mucho tiempo ya me di otro que me hizo sangrar abundantemente durante un buen rato”), así que sabía que debía ponerse un algodón y tumbarse. Se fue con su mujer a dormir la siesta. Al despertar, una hora después, tenía la boca llena de coágulos de sangre. Algodón empapado, gotas en el colchón… Aquello seguía. “La tarde fue transcurriendo como en el cuento ese de García Márquez en que una novia se pincha con la espina de una rosa y se va desangrando durante el viaje... ”. A eso de las nueve no tuvieron más remedio que ir a urgencias. Mientras esperaba que lo atendieran, fue “llenando una bolsa de plástico con los algodones empapados que había tenido la precaución de llevar”. Cuando por fin lo atendieron, alarmados por la cantidad de sangre que había perdido por la herida en tan poco rato, le “pusieron adrenalina directamente en la lengua, pero nada de nada”. Entonces apareció un médico quizás venezolano (“por su acento”) que, a la petición de ayuda del médico anterior (“¿qué hacemos?”), dijo que “una bolsita de té”. Sería un remedio maquiritare o algo así. Ante el nuevo fracaso del intento sebucán, el doctor … Nick Riviera vamos a suponer, optó por enviarlo urgentemente al Gran Hospital de la City para que lo atendiera un maxilofacial. Curiosamente, durante la espera de rigor, la hemorragia pareció detenerse (“¿sería efecto del remedio guaribe?”). Miguel se puso muy contento porque pensaba que podría largarse. Cuando se disponía a firmar para ser libre, la lengua comenzó de nuevo a sangrar (“los remedios wenaiwikas no funcionan al cien por cien”). Ya nadie lo libraría de ser intervenido, eufemismo éste del hombre blanco que Miguel traduce y resume así: “la cosa fue que me cosieron la lengua sin anestesia”. Casi pierde el conocimiento (“me sacaron de aquella tortura en camilla, a punto de perder el conocimiento”). Si lo hubiera perdido del todo, se hubiera librado de esas otras gracias que suelen acompañar las urgencias. “Permanecí una hora y media tumbado hasta que me fui recuperando poco a poco. A todo esto, se oían continuamente, por aquí y por allá, gritos desgarradores de personas que estaban siendo interrogadas por su pertenencia al género humano. Por cierto, que al único que de verdad merecía ser detenido sólo le cayó una amonestación de los guardias de seguridad, cuando comenzó a golpear violentamente una papelera exigiendo ser atendido inmediatamente porque tenía, decía él, tres costillas rotas. Cuando vio aparecer a los de seguridad dijo: ya están aquí los hombres de Paco." Y por eso, más por la que llevaba armada, fue por lo que le cayó la bronca. Por no morderse la lengua.
Moraleja: la lengua tiene vida propia y te la juega.
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