miércoles, 6 de agosto de 2008

Motos

Siento un odio antiguo por las motos, especialmente por las motos grandes: parecen ir a sonar menos que la mobilette de buscar espárragos (el amotillo de la yerba pa los conejos), pero, al acercarse, te sobrecogen con su rugido (y su olor) de tigre futurista. Confundan los dioses a los moteros, a los diseñadores de cascos y a esos cómplices alucinados que son los acuclillados de detrás.

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