Un matrimonio vivía en una casita monísima
Un matrimonio vivía en una casita monísima. Si la casa era mona, también sería lindo el gobierno de la casa. Lindeza y monería se parecen entre sí. En el jardincito crecían florecitas, parecían bonitos, pero lo más bonito era que el matrimonio no tenía hijitos, por lo que tenían mucho tiempo para creer que les faltaba algo. Un algo puede ser mucho, y mucho a veces sólo es algo. El hombre y la mujer suspiraban de vez en cuando, y los suspiros temblaban y trepaban a lo alto, donde flotaban, cual tragedias queridísimas y diminutas. El caso es que el matrimonio tenía un buen número de conocidos, muchachas y jóvenes caballeros de los mejores círculos, y para que el señor marido viera a chicas jóvenes, éstas eran introducidas en el hogar por la señora esposa, y para que la esposa se confortase con el placer de ver a su alrededor a jóvenes caballeros, el atento esposo invitaba a su vez a jóvenes bien educados a un modesto ágape, tras el cual, como es lógico, surgían algunos lindos y monos celitos, que propiciaban descripciones preciosas, si yo no las hubiera considerado ya descritas. Siempre que se menciona algo ya está ahí en sentido figurado. Los ojos del lector perciben también de lo que se habla. ¿Había desavenencias ente los cónyuges? No es que yo desease que se pelearan. Pero quizás ellos se daban muy poco el uno al otro y se les notaba lo a ellos debía parecerles de todo punto insoportable. ¿Gustan de verse los que dudan? No. Los que más se revitalizan son los que ansían emprender algo juntos, y así ellos intentaban continuamente atraer con halagos chicas y jóvenes al ideal de la belleza, para poco después enviarlos a paseo fuera de la monería y la formalidad, como si los invitados molestasen y tuvieran que irse. Lo deseado no tarda en tornarse indseado, y lo visto con agrado se despide de buen grado. A pesar de que el distinguido concedía a la maravillosa mujer cualquier amenidad imaginable, y a pesar de que la famosa deseaba que el incomparable pudiera y quisiera divertirse a placer, ambos trabaron conocimiento de los celos, por lo que casi suspiraron alegres al percibir cuánto se amaban. Si durante un tiempo volvieron a estimarse, comenzaron de nuevo con las invitaciones a chicas y chicos, para decir adiós lo más deprisa posible a los que habían dado la bienvenida y divertirse ellos solos. La casita y el jardincito siguieron igual de bonitos, y en la pequeña cudad no vivía gente más amable que el matrimonio modelo.
Uno de los microgramas del tercer volumen que Editorial Siruela ha consagrado a estas singulares piececitas de Robert Walser.
4 comentarios:
Ese pedazo de Walser absolutamente inigualable en su ironía, en su prosa armada de inocencia... Sobre él, sobre su muerte, tengo un poema, Lápiz en la Nieve.
Beso blanco.
Quiero comprar tu libro "Acción de gracias" para leer ése y los demás poemas, pero no lo he encontrado en las librerías de internet que suelo visitar. ¿Puedes darme pistas o al menos enviarme/regalarme ese poema?
Te envío el libro a la dirección que tú me digas, por supuesto. Escríbeme a aspasiana@terra.es
¡Qué amable! ¡Muchas gracias!
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