miércoles, 23 de enero de 2008

El nombre en la punta de la lengua



Me gusta recomendar los libros que me gustan (este está aquí) citando pedacillos a salto de mata. Copio una pocas frases sueltas:

Aristóteles decía: "el habla es un lujo sin el cual la vida es posible".

Todos los que hablan apagan la luz.

En esta medida las palabras que no quieren regresar a nuestros labios ejercen sobre nosotros un poder no proporcionado a su carencia. Hacen anticipar un saber, en su desviación, que remite al fastidio.

La noche está en el origen de las palabras: el sueño que alucina cosas que no son las hace nacer.

Los dos materiales de que está constituido el pensamiento humano son la ausencia, el apartamiento con respecto a lo real, y la negación, el apartamiento con respecto a la ausencia.

... el poema es exactamente lo contrario que el nombre en la punta de la lengua.

La lágrima, dicen los budistas, que está situada entre el lenguaje y lo real no puede agotarse. Es el Ganges.

Por la noche, el signo de que hay un sueño es la erección.
Por el día, en cuanto hay erección es signo de un sueño.

El pasado es lo que está devanado en el huso. El presente, lo que está entre los dedos. El futuro es la lana que ha quedado en la rueca.

Sólo podemos permanecer entre los hombres tanto tiempo como nuestra naturaleza es ignorada. Somos como las hadas que el lenguaje hablado destruye. Si rompemos el silencio, desaparecen en el mismo instante en que retozaban.

No puedo reemplazar las horas de esta alba por horas de ejercicio con el violonchelo, por viajes en que se requiera atención, como en automóvil, o bien por fiestas, visionado de películas, consejos de administración, o por entierros de amigos. Una y otra vez cualquier ocasión me parece un pasatiempo y me llena de culpa.

No tenemos que renunciar a nuestro deseo ni que dejárselo a la edad o al reposo, a la gloria aparente ni a los cargos y su aburrimiento, a los honores y a los papeles desempeñados, ni a las mujeres, ni al dinero. No tenemos que dejárselo a una casa,. a una familia, a un sistema de pensamiento, a unas comodidades, a una causa, a una paz, sean los que fueren. El bien que hemos recibido al nacer es sólo la vida, la avidez de la vida, y nada debe confiscarla a poco que no deseemos morir, por mucho que nos parezca incomprensible y salvaje...

La razón, la lucidez, el lenguaje vivo son arbustos que requieren cuidados infinitos, que revientan incensantemente, porque no encuentran ninguna tierra en nosotros. Incesantemente nos agarramos al viento...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Devoto de Quignard, moi aussi... ¿Se encuentra ese libro con facilidad? No me lo he echado aún a la cara...
Besos.

Antonio Torralba dijo...

Sí. Yo lo he comprado a través de la página web www.casadellibro.com